Este verano estuve leyendo un reportaje sobre la evolución de la conducta en las personas desde su niñez hasta que se les puede considerar completamente adultos. El reportaje era dedicado por completo a los resultado de las investigaciones y estudios que ha venido realizando el doctor Walter Mischel
de la Universidad de Columbia en Nueva York. Desde que leí ese reportaje quería hacer una entrada sobre este estudio que me pareció cuando menos muy revelador sobre cosas que yo intuía pero que no encontraba explicación ni base donde confiarlo.
de la Universidad de Columbia en Nueva York. Desde que leí ese reportaje quería hacer una entrada sobre este estudio que me pareció cuando menos muy revelador sobre cosas que yo intuía pero que no encontraba explicación ni base donde confiarlo.
Al buscar esa información, he visto que Eduardo Puset tuvo en su programa REDES a este doctor( no sé por qué me lo perdí ese día) en mayo escribiendo sobre ello en su blog. Como no voy a hacerlo yo mejor que él, transcribo literalmente su interesantisimo post:
El test Marshmallow
La pregunta sería: ¿podremos predecir, en función de su capacidad para controlar sus impulsos, cómo se comportará un niño cuando sea adulto? Si le digo a un niño que de los dos caramelos que dejo en su mesita ya puede contar con uno, pero que si es capaz de esperar 15 minutos a que yo vuelva le daré los dos, ¿qué pasa entretanto en su cerebro? ¿surge alguna correlación entre la decisión de no esperar ahora y los suspensos cuando lleguen a la universidad? ¿Los éxitos profesionales de los adultos, por el contrario, se pueden rastrear por la fuerza de voluntad que les permitió cuando tenían cuatro años esperar a que volviera la profesora y ganar así dos caramelos en vez de uno?
Claro, ya lo sabemos. Hay que ser prudentes. Una cosa es relacionar dos fenómenos distintos y otra muy diferente es sacar conclusiones precipitadas sobre los nexos de causalidad entre uno y otro fenómeno. Es perfectamente imaginable que exista una correlación entre la falta de voluntad ahora y una vida desastrosa cuando se alcanza la mayoría de edad. Que exista una correlación, pero no necesariamente un nexo de causalidad. Que lo primero no provoque lo segundo. Eso es lo que les diría un científico precavido y preocupado por lo que dirán los demás de sus hallazgos. Pero a mi edad ya no soy tan precavido como antes y me importa algo menos lo que dirán los demás de lo que estoy descubriendo. Quiero, pues, que mis lectores se enteren de un hallazgo fascinante que ha costado algo así como 40 años comprobar y que está lleno de implicaciones para el futuro de la educación.
El experimento que está en la base de lo que estoy sugiriendo empezó realmente hace 40 años. Se tenía a los niños encerrados con sus dos caramelos en una habitación y se los vigilaba por el hueco de una cerradura de vez en cuando. Hoy, claro está, se los filma permanentemente y hemos podido descubrir así la verdadera agonía que sufren algunos de los niños enfrentados a dominar sus instintos más primarios. Por otra parte, ahora también se intenta observar lo que pasa en su lóbulo mediano central –entre las dos cejas–, con imágenes de resonancia magnética. El experimento ha confirmado intuiciones u observaciones interesantísimas sobre la importancia de la evolución cerebral a esas edades. Por ejemplo, no pretendan que un niño de tres años pueda distinguir entre pasado y futuro pero la dimensión del tiempo se dibuja clarísimamente a partir de los cuatro años.
Dejemos de lado la precaución a la que me refería antes para no confundir coincidencia y causalidad. La verdad es que, en promedio, después de un seguimiento sistemático efectuado durante 20 años es muy difícil negar que los niños de cinco años proclives a dejarse llevar por el impulso de comer el dulce siguen sin saber reprimir sus instintos cuando alcanzan la adolescencia; sus notas académicas son peores que las de aquellos que supieron dominar sus impulsos más primarios; son más infelices y están provocando mayor desasosiego a su alrededor.
Hablando en plata, estamos por fin descubriendo los trucos a que recurren los niños para controlar sus impulsos –distraerse, darse la vuelta ignorando el caramelo tentador, entre otras estratagemas– o, lo que es lo mismo, la prioridad que deberíamos otorgar al aprendizaje emocional. La ciencia está corroborando ahora que la gestión de las emociones básicas y universales debería preceder a la enseñanza de valores y, por supuesto, de contenidos académicos. Les va, a los niños, su vida de adultos.
Siempre he oido que el entorno era crucial para el desarrollo de la personalidad y la influencia de este en el futuro de la personalidad de alguien. Yo creía que no era tan determinante como la componenda genética que llevamos asociada pero no sabía ni había posibilidades de buscarlo fundamento. Este estudio, que como él mismo dice, no deja de invalidar toda la relación con el entorno, al menos si que dice que no es tan importante como desde hace tiempo se creía.
El test Marshmallow me parece fascinante como modelo para analizar conductas. Pero a la vez me genera una cierta ansiedad y frustración, porque me pone en evidencia por mi ignorancia científica.
ResponderEliminarMe presento ante el conocimiento y el aprendizaje humano desprovisto de las mínimas herramientas científicas exigibles: Una nomenclatura, un listado de conceptos bien marcados que me permitan hablar con propiedad, y por ello saber de qué estoy hablando, en aras de entenderme con los demás.
Poseo el entendimiento de cualquiera, o sea, el sentido común, pero eso no me sirve de gran cosa si no puedo estar seguro de que las palabras que voy a utilizar significan lo mismo para los demás, con quienes quiero compartir lo que pienso.
Y esa frustración de la que hablo se me presenta con conceptos como "personalidad", "carácter", "actitud", "conducta", "innato", "congénito", "ambiental"...
Por ejemplo, el test Marshmallow para mí habla de respuestas ante la libertad, el castigo, la interiorización de valores "externos" como son el Bien y el Mal, lo correcto o lo incorrecto, etcétera.
No sólo es interesantísmo a nivel de respuesta ante una prohibición, sino a nivel de cómo justifican los niños el incumplimiento una vez que han sido descubiertos: La mentira como indicador de la inteligencia.
Esta entrada es una puerta a una cantidad de temas e ideas tan extensos como relacionados, pero me temo que no estoy preparado más que para divagar con imprecisiones desde un punto de vista pseudocientífico, aunque legítimamente de sentido común.
Un acierto la entrada, Lagu.
Conozco a algunas personas que piensan(o pensaban) que el entorno es "crucial" para formar nuestra personalidad.
ResponderEliminarMi opinión siempre será la de que la impronta, que es innata (genética), determinaría la reacción primera, y sin demasiadas posibilidades de cambiar (lo de que "la cabra tira al monte").
Luego... todo lo demás. Un 100% dividido en:
- educación
- vivencias/experiencias
- y quizás lo más importante: actitud ante las circunstancias vitales(inteligencia emocional).
(ahí ya cada cuál otorgaría un percentil según le hubiera ido en la vida)
Si lo innato en nosotros no tuviera una influencia tan fuerte, ¿acaso existiría el "fracaso"? ¿no podría todo aprenderse?
Disculpas si meo fuera del tiesto, pero es que este tema tiene tela :ninja:
Gracias por las aportaciones. Mi nivel de interlocución a nivel de ciencia neurológica o pscicológica es también muy bajo en términos técnicos, por eso he decidido apoyarme directamente en las palabras de Punset o en las de los propios realizadores del test Marshmallow.
ResponderEliminarY como bien dices, espejo, la cantidad de puertas a debate que abre es enorme, aunque quizás para mí, las abra más en el condicionante genético de la personalidad muy por encima del condicionante ambiental. Quzás muchas teorías cobre el comportamiento se tengan que revisar hacía alguna dirección tras estos estudios amplios en términos de muestra y en términos temporales.
Otra vez gracias por las aportaciones
Salu2