29 de abril de 2011

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¿Qué piensa un soldado momentos antes de entrar en batalla por primera vez?

¿Qué piensa un soldado momentos antes de entrar en batalla por primera vez?  ¿Ese momento justo antes de enfrentarse al enemigo desvirgando su fusil en el frente?. Arturo Barea (1897 - 1957) Escritor y militar republicano que se exilió a Inglaterra tras la Guerra Civil lo explica así tras su experiencia en la guerra que España mantuvo con Marruecos entre 1911 y 1927 en la que estuvo presente combatiendo en el famoso Desastre de Annual. Seguramente algún soldado español destinado estos días en Afganistán o Irak se haga las mismas preguntas, casi 100 años después.

Soldados anónimos españoles que participar en la Guerra de Marruecos en 1921


Por primera vez iba a ir a la guerra.

Cada soldado cogido en el mecanismo de un ejército se pregunta a sí mismo en la víspera de ir al frente: «¿por qué?». Los soldados españoles en Marruecos se hacían la misma pregunta. No podían evitar el intentar entender por qué se encontraban en África y por qué tenían que arriesgar sus vidas. Los habían hecho soldados a los veinte años, porque tenían veinte años; los habían destinado a un regimiento y los habían mandado a África a matar moros. Hasta aquí, su historia era la misma de todos los soldados que son movilizados por una ley y mandados al frente de batalla. pero en este punto comenzaba su historia puramente española:

«¿Por qué tenemos nosotros que luchar contra los moros? ¿Por qué tenemos que "civilizarlos" si no quieren ser civilizados? ¿Civilizarlos a ellos, nosotros? ¿Nosotros, los de Castilla, de Andalucía, de las montañas de Gerona, que casi no sabemos ni leer ni escribir? Tonterías. ¿Quién nos civiliza a nosotros? Nuestros pueblos no tienen escuelas, las casas son de adobe, dormimos con la ropa puesta, en un camastro de tres tablas en la cuadra, al lado de las mulas, para estar calientes. Comemos una cebolla y un mendrugo de pan al amanecer y nos vamos a trabajar en los campos de sol a sol. A mediodía comemos un gazpacho, un revuelto de aceite, vinagre, sal, agua y pan. A la noche nos comemos unos garbanzos o unas patatas cocidas con un trozo de bacalao. reventamos de hambre y de miseria. El amo nos roba y, si nos quejamos, la guardia civil nos muele a palos. Si yo no me hubiera presentado en el cuartel de la guardia civil cuando me tocó ser soldado, me hubieran dado una paliza. Me hubieran traído a la fuerza y me hubieran tenido aquí tres años más. y mañana me van a matar. ¿O voy a ser yo el que mate?»


El soldado español aceptaba Marruecos como aceptaba las cosas inevitables, con el fatalismo racial frente a lo irremediable. «sea lo que Dios quiera», dice. Y esto no es una resignación cristiana, sino una blasfemia subconsciente. Dicho así, significa que uno se siente impotente ante la realidad y tiene que resignarse a la voluntad del usurero cuando le quita a uno el trozo de tierra, aunque se haya pagado tres veces su valor, por la simple razón de que nunca tuvo uno junta la suma total de la deuda.

Este español «sea lo que dios quiera» no significa esperanza en dios y en su bondad, sino el fin de toda esperanza, la expectación de lo peor. Los soldados españoles en Marruecos tenían todos los motivos para sentirlo así.

* La negrita es mía.

Arturo Barea ante los micrófonos de la BBC en 1950

Extracto de La forja de un rebelde. Tomo II La ruta. Arturo Barea. Editorial DeBolsillo.

Recomiendo con ahínco la lectura de esta trilogía para quién quiera saber un poco cómo era de verdad el día a día de la España de principios del S.XX.

Nunca he dedicado un artículo, pero este pequeño fragmento va para a mi gran amigo Alberto, quién hace dos semanas ha sido destinado a Afganistán. Mucha mucha suerte Alberto.


6 de abril de 2011

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Así fuimos entregados los españoles a los Bonaparte

En Las abdicaciones de Bayona (5 de Mayo de 1808), la corona y posesiones españolas fueron entregadas por Carlos IV a Napoleón Bonaparte, estas son las cartas de imprescindible lectura con las que se puso en conocimiento de los españoles estas acciones.

En abril de 1808 Carlos IV (había abdicado anteriormente en su hijo Fernando VII) negoció con Napoleón la entrega de los derechos  de la Corona de España a cambio de una sustanciosa pensión de 30 millones de reales anuales y el asilo político para él, su mujer y su protegido Godoy. Napoleón convocó a Fernando VII para intentar arreglar los desacuerdos con su padre, pero una vez reunidos, obligó a Fernando VII a renunciar en favor de su padre (a cambio de una pensión de 4 millones de reales y un castillo). Tras esta abdicación se produjo la del propio Carlos IV en Napoleón, quién a su vez se la cedió a su hermano José Bonaparte, futuro José I de España.

Grabado de las Abdicaciones de Bayona

Quedaba, por tanto, comunicar a los españoles los cambios, lo cuál se hizo con esta carta de Carlos IV de imprescindible lectura:

He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi paternal amor. Su felicidad, la tranquilidad, e integridad de los dominios que la divina providencia tenía puestos bajo mi gobierno han sido durante mi reinado los únicos objetos de mis constantes desvelos. Cuantas providencias y medidas se han tomado desde mi exaltación al trono de mis augustos mayores, todas se han dirigido a tan justo fin, y no han podido dirigirse a otro. Hoy, en las extraordinarias circunstancias en que se me ha puesto y me veo, mi conciencia, mi honor y el buen nombre que debo dejar a la Posteridad, exigen imperiosamente de mí que el último acto de mi Soberanía únicamente se encamine al expresado fin, a saber, a la tranquilidad, prosperidad, seguridad e integridad de la monarquía de cuyo trono me separo, a la mayor felicidad de mis vasallos de ambos hemisferios


Así pues, por un tratado firmado y ratificado he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra cual ha sido y estado bajo mi soberanía, y también que nuestra sagrada religión ha de ser no solamente la dominante en España, sino también la única que ha de observarse en todos los dominios de esta monarquía. Tendréislo entendido y así lo comunicareis a los demás consejos, a los tribunales del reino, jefes de las provincias tanto militares como civiles y eclesiásticas, y a todas las justicias de mis pueblos, a fin de que éste último acto de mi soberanía sea notorio a todos en mis dominios de España e Indias, y de que conmováis y concurran a que se lleven a debido efecto las disposiciones de mi caro amigo el Emperador Napoleón, dirigidas a conservar la paz, amistad y unión entre Francia y España, evitando desordenes y movimientos populares, cuyos efectos son siempre el estrago, la desolación de las familias, y la ruina de todos.

Dado en Bayona en el palacio imperial llamado del Gobierno a 8 de mayo de 1808. Yo el Rey = Al Gobernador interino de mi consejo de Castilla.

Gaceta de Madrid, viemes 20 de mayo de 1808

Carlos IV,            Fernando VII,               Napoleón Bonaparte              José Bonaparte


Una vez Napoleón y su hermano José tenían los derechos sobre España, esta fue la carta con la que se pusieron por primera vez en contacto con todos los ciudadanos españoles:



Napoleón, Emperador de los franceses, rey de Italia, etc., etc., a todos los que las presentes vieren, salud.


Españoles: después de una larga agonía, vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos. Vuestra grandeza y vuestro poder hacen parte del mío.
Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias; pero quiero adquirir derechos eternos al amor y al reconocimiento de vuestra posteridad.
Vuestra monarquía es vieja: mi misión se dirige a renovarla; mejoraré vuestras instituciones, y os haré gozar de los beneficios de una reforma sin que experimentéis quebrantos, desórdenes y convulsiones.
Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las diputaciones de las provincias y de las ciudades. Yo mismo quiero saber vuestros deseos y vuestras necesidades.
Entonces depondré todos mis derechos, y colocaré vuestra gloriosa corona en las sienes de otro. Yo mismo, asegurándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo.
Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres, y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Tened suma esperanza y confianza en las circunstancias actuales; pues yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclamen: Es el regenerador de nuestra patria.

Dado en nuestro palacio imperial y real de Bayona a 25 de mayo de 1808.
- Firmado: Napoleón.
Por el Emperador el ministro secretario de Estado Hugo B. Maret.

Gaceta de Madrid, 3 de junio de 1808